GUÍA TRES FILOSOFÍA GRADOS ONCES 2021
- jairocas273
- 4 mar 2021
- 7 Min. de lectura
PENSAMIENTO ÉTICO Y MORAL EN PLATÓN
La obra Fedro (Φαίδρος) es un diálogo platónico escrito por Platón de fecha posterior a La República, y que presenta muchas afinidades temáticas con el diálogo llamado El banquete, ya que son diálogos sobre el amor y el sexo.1 Es de la penúltima fase de la obra de Platón, y fue escrito en el año 370 a. C.
Ambas son obras clásicas tanto en filosofía como en literatura, tratan el asunto desde un punto de vista que hace que sean complementarias, y totalizan el pensamiento platónico.2 Fedro abarca el tema del amor, que en la primera mitad del diálogo abarca el tema de la retórica, la muerte, la naturaleza, el destino de las almas y la Belleza, y en la segunda mitad la ética y la comunicación.2

Sócrates – Fedro
Sócrates
Mi querido Fedro, ¿a dónde vas y de dónde vienes?
Fedro
Vengo, Sócrates, de casa de Lisias{1}, hijo de Céfalo, y voy a pasearme fuera de muros; porque he pasado toda la mañana sentado junto a Lisias, y siguiendo el precepto de Acumenos, tu amigo y mío, me paseo por las vías públicas, porque dice que proporcionan mayor recreo y salubridad que las carreras en el gimnasio.
Sócrates
Tiene razón, amigo mío; pero Lisias, por lo que veo, estaba en la ciudad.
Fedro
Sí, en casa de Epícrates, en esa casa que está próxima al templo de Júpiter Olímpico, la Moriquia.{2} [262]
Sócrates
¿Y cuál fue vuestra conversación? Sin dudar, Lisias te regalaría algún discurso.
Fedro
Tú lo sabrás, si no te apura el tiempo, y si me acompañas y me escuchas.
Sócrates
¿Qué dices? ¿no sabes, para hablar como Píndaro, que no hay negocio que yo no abandone por saber lo que ha pasado entre tú y Lisias?
Fedro
Pues adelante.
Sócrates
Habla pues.
Fedro
En verdad, Sócrates, el negocio te afecta, porque el discurso, que nos ocupó por tan largo espacio, no sé por qué casualidad rodó sobre el amor. Lisias supone un hermoso joven, solicitado, no por un hombre enamorado, sino, y esto es lo más sorprendente, por un hombre sin amor, y sostiene que debe conceder sus amores más bien al que no ama, que al que ama.
Sócrates
¡Oh! es muy amable. Debió sostener igualmente que es preciso tener mayor complacencia con la pobreza que con la riqueza, con la ancianidad que con la juventud, y lo mismo con todas las desventajas que tengo yo y tienen muchos otros. Sería esta una idea magnífica y prestaría un servicio a los intereses populares{3}. Así es que yo ardo en deseos de escucharte, y ya puedes alargar tu paseo hasta Megara, y, conforme al método de [263] Heródicos{4}, volver de nuevo después de tocar los muros de Atenas, que yo no te abandonaré.
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El diálogo habla del valor de la retórica en conexión con la filosofía. También del tema del amor. Se lo considera uno de los más bellos y poéticos en la producción de Platón, especialmente sus descripciones del enamoramiento. Además habla de la escritura y su relación con la memoria.
El diálogo comienza con el discurso de Lisias que nos habla acerca del enamoramiento. A esto Sócrates refuta diciendo que hablar del enamoramiento o el amor en sentido negativo va en contra de los dioses; ya que, el amor es una divinidad (Afrodita y Eros) y si es una divinidad no puede ser malo sino bueno.
El primer discurso de Sócrates, en el que se habla de las formas del deseo, se divide en dos:
A) El deseo como sensatez.
B) El deseo como desenfreno.- Este a la vez se explica con el desenfreno que se tiene por la comida, bebida y el cuerpo. Este último es un empuje hacia el amor que entra por los sentidos para llevar al mundo cognoscible y así poder observar la verdad.
El segundo discurso de Sócrates nos habla acerca de la locura y las subdivide en dos:
A) La locura como enfermedad humana.
B) La locura como inspiración divina.- La locura como inspiración divina es subdivida en 4:
B.1 La profética (Apolo)B.2 Los rituales místicos (Dioniso)B.3 La poética (las Musas)B.4 La del deseo corporal (Afrodita y Eros)
Estas subdivisiones y en especial la última demuestran el deseo de explicar cómo el alma en sí, también, al ser algo divino, tiene un destino. En este discurso también se puede diferenciar la asociación del alma tripartita que hace Platón. El alma es representada por una alegoría en el que se relaciona el auriga y los dos caballos que tiran de ella; además, el alma es alada. También advierte en este discurso que los destinos del alma son en total nueve de acuerdo a la cantidad de verdad que haya visto el alma alada en su viaje siguiendo a los dioses. Estas son:
Filósofos.
Reyes.
Políticos o comerciantes.
Maestros de gimnasia.
Adivinadores.
Poetas.
Artesanos o campesinos.
Sofistas o demagogos.
Tiranos.
Estos son los nueve destinos en que el alma puede caer después de despistarse del camino de los dioses. Este despiste se debe a la diferencia que existen entre los caballos y el auriga del alma y el de los dioses. El alma es alada y al caer del camino pierde esas alas. Al llevar una vida filosófica durante tres vidas esto hará que el alma vuelva a ser alada y no se quede en la tierra por el periodo de 10000 años que es el tiempo en el que tarda en salir nuevamente las alas.
Alegoría que utiliza Platón para describir las partes del alma y el afán humano por el conocimiento y el ser.


Breve explicación del mito del carro alado, junto con los textos platónicos.)
En el diálogo “Fedro” Platón trata la cuestión de
la esencia y partes del alma. Comienza señalando que parece más adecuada, dada la dificultad del tema, la exposición alegórica que la investigación racional e inmediatamente nos presenta el mito del carro alado. Veamos un resumen literal del mismo: el alma es como una fuerza natural que mantienen unidos un carro y su auriga, sostenidos por alas. Los caballos y los aurigas de los dioses son todos ellos buenos; los de los hombres no. En nuestro caso, el auriga guía una pareja de caballos, uno hermoso y bueno, otro feo y malo, por lo que para nosotros la conducción resultará dura y difícil. El alma tiene como tarea el cuidado de lo que es inanimado y recorre todo el cielo. Cuando es perfecta vuela por las alturas y administra todo el mundo; en cambio la que ha perdido las alas es arrastrada hasta que se apodera de algo sólido donde se establece tomando un cuerpo terrestre. A causa de la fuerza del alma, este cuerpo parece moverse a sí mismo y ambos ―cuerpo y alma― reciben el nombre de ser viviente. La fuerza del ala consiste en llevar hacia arriba lo pesado, elevándose hacia el lugar en donde habitan los dioses. Lo divino es hermoso, sabio y bueno y esto es lo que más alimenta y hace crecer las alas; en cambio lo vergonzoso, lo malo y todas las demás cosas contrarias a aquellas las consume y las hace perecer. Dirigidas por Zeus, las almas de los dioses y las de los hombres marchan por el cielo ordenando y cuidando todo. Después de realizar su tarea van a buscar su alimento hacia el mundo supraceleste, hacia la realidad que se encuentra más allá de la bóveda del cielo. En ese lugar se halla la Justicia, la esencia cuyo ser es realmente ser, el ser incoloro, intangible, cuya esencia es sólo vista por el entendimiento, piloto del alma, y alrededor de la que crece el verdadero Saber, pero no la ciencia de lo que nace y muere, de lo relativo, sino la ciencia de lo que es verdaderamente ser. Las almas de los dioses, dado que son conducidas por dos caballos buenos y dóciles, ascienden sin problemas. La mente de los dioses se nutre de un saber y entender puro por lo que al ver lo que allí se encuentra, se alimenta, se llena de contento y descansa hasta que el movimiento, en su ronda, la vuelve a su sitio. Las almas de los hombres suben con dificultad pues el caballo que tiene mala constitución es pesado e inclina y fatiga al auriga que no lo ha alimentado convenientemente. Así se encuentra el alma con su dura y fatigosa prueba. De las almas humanas, la que mejor ha seguido al dios y más se le parece consigue ver algo, otras no pueden alcanzar la visión del ser, por lo que les queda la opinión por alimento, “el porqué de todo este empeño por divisar dónde está la llanura de la Verdad, se debe a que el pasto adecuado para la mejor parte del alma es el que viene del prado que allí hay, y el que la naturaleza del ala, que hace ligera al alma, de él se nutre.” Las almas que no han podido vislumbrar nada de lo que allí se encuentra se van gravitando llenas de olvido y dejadez, pierden las alas y caen a tierra.
Las siguientes tesis resumen la interpretación más sencilla del mito:
el alma es el principio de vida gracias al cual los seres vivos pueden realizar los movimientos que le son propios;
las cosas naturales están dirigidas y controladas por la divinidad (hipótesis providencialista y teleológica que luego encontraremos en gran parte de la filosofía posterior);
el alma humana participa de algún modo de la naturaleza divina, pero también de un principio opuesto que la pervierte y la hace caer al mundo de la finitud, contingencia y muerte;
la parte más excelente del alma humana es semejante a la mente de los dioses y, como la de ellos, se nutre del conocimiento;
frente a la realidad física, más allá de la Naturaleza, en el “ámbito supraceleste”, se encuentra la auténtica realidad, el ser verdadero caracterizado como la esencia que permanece siempre idéntica a sí misma, que carece de propiedades físicas (“incolora e intangible”) y se ofrece sólo al entendimiento (dualismo ontológico);
nuestro destino está en ese mundo perfecto, mundo al que se llega básicamente mediante la Ciencia de lo absoluto (la filosofía o dialéctica) no mediante el conocimiento de lo relativo y mudable (la opinión);
cuando se encarna, el alma olvida aquello que ha conseguido vislumbrar en el mundo supra- celeste (rudimentos de la teoría de la reminiscencia);
es habitual también buscar la correspondencia de las partes del alma con los elementos que aparecen en el mito del carro alado: el auriga representa la parte racional, destinada a la dirección de la vida humana, al conocimiento y lo más divino que se encuentra en nosotros; el caballo bueno representa la parte irascible, aquello que permite al alma la realización de acciones buenas y bellas; el caballo malo y rebelde representa la parte concupiscible, aquello que fomenta en nosotros deseos y pasiones y que nos impulsa hacia el ámbito de lo sensible.
Este mito resume perfectamente la propuesta que recorre la totalidad de la filosofía platónica: realizar en esta vida y de forma radical la belleza, verdad y bondad (dado que “lo divino es hermoso, sabio y bueno y esto es lo que más alimenta y hace crecer las alas”).
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