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PENSAMIENTO FILOSÓFICO EN EL PERIODO HELENISTA

  • Foto del escritor: jairocas273
    jairocas273
  • 21 mar 2022
  • 16 Min. de lectura

Actualizado: 31 mar 2022

En el año 356 AC. nace Alejandro Magno, el primer gran conquistador de la antigüedad que en muy poco tiempo logra expandir un imperio más grande que el de los persas quienes terminan siendo anexionados a su gran territorio conquistado el cual llamó el imperio HELENO (Recordemos que los griegos se llamaban a si mismos helenos, el nombre griego se lo pusieron los Romanos hacia el siglo uno AC.) Fue así como la cultura griega se difundió rápidamente por todo el mundo antiguo conocido. Alejandro muere hacia el 323 AC. a la edad de 33 años, no obstante su imperio perdurará por cerca de 200 años.

Muchas cosas van a cambia para el mundo griego tras las conquistas de Alejandro en lo social y lo político; para empezar el concepto de ciudad estado independiente cae, el concepto de ciudadano político de la polis también cae, ahora las ciudades son administradas por ministros o emisarios del nuevo rey, el hombre otrora ciudadano de la polis que veía como la ocupación más honrosa, el ocuparse de los asuntos políticos de la ciudad, ahora es sólo un habitante ordinario de una polis donde ya su voz y su voto no cuentan para los asuntos de gobierno. ahora la cuestión es para este ciudadano despojado de sus funciones políticas ¿Cuál va a ser ahora su propósito en la vida? ¿Cómo darle sentido a la vida?


Es en este critico momento del drástico cambio social que la filosofía sale al rescate de estos hombres para ayudarles a encontrar un nuevo propósito en la vida, surgiendo tres corrientes de pensamiento que van a orientar al nuevo habitante de la polis desposeído de su condición de ciudadano político, estas corrientes se van a llamar:

1. EL ESCEPTICISMO

2. EL EPICUREÍSMO

3. EL ESTOICISMO

4. LOS CÍNICOS


para estos pensadores la finalidad que se debía perseguir en la vida era la ATARAXIA un estado de ánimo que se caracteriza por la tranquilidad y la total ausencia de deseos o temores, que se crean por dar crédito a las creencias y opiniones de los demás. .

El escepticismo se convierte así en una filosofía que duda de todo, incluso de lo que parece innegable y evidente. Los escépticos piensan que todo depende de quién experimenta algo o de quien realiza la labor de investigación. Es decir, defienden que todo es subjetivo y que no depende del objeto que se investiga, sino que lo hace según el sujeto que realiza dicha labor

Características del escepticismo

La principal característica del escepticismo o del escéptico es la duda, nada es totalmente cierto, ni falso. Por eso, la mejor herramienta es el empirismo, las cosas, para demostrar su veracidad, han de ser probadas a través de la investigación.

Aun así el pensador escéptico sigue dudando puesto que defiende que los sentidos pueden alterar la realidad. Ya que cada persona se ve influenciada por sus propias percepciones sensoriales. Por tanto, desde el punto de vista de esta corriente, no se afirma, se opina. Cuando una persona afirma algo lo hace desde su perspectiva, no puede hablar de verdad objetiva porque no todo el mundo va a compartir su posición.


El escepticismo es así una corriente contraria al dogmatismo, ya que esta doctrina defiende la existencia de verdades innegables e incuestionables, argumento que choca frontal mente con el postulado escéptico. Más aun en contra se posiciona del mundo religioso.

l término escepticismo, etimológica mente, proviene del griego y está formada por skeptikós, que significa “el que examina”, y el sufijo –ismo, que indica que se trata de una doctrina, teoría o sistema.

Origen del escepticismo

El origen de esta corriente filosófica lo encontramos en la antigua Grecia, siendo Pirrón de Elis su primer pensador. El filósofo desarrolló su vida filosófica entre el siglo IV y el III a. C. Su pensamiento estuvo muy influenciado por los gimnosofistas, filósofos indios que practicaban el ascetismo, la búsqueda de la perfección moral y espiritual a través de la renuncia de los placeres materiales. Pero Pirrón, a diferencia de los gimnosofistas, duda porque cree que el ser humano no dispone de la capacidad suficiente para encontrar verdades. Aquí está el origen del escepticismo.


Pirrón de Elis no dejó textos escritos, solamente un poema alabando a Alejandro Magno por sus gestas, a quién acompañó durante su viaje por Asia. Pero Aristóteles sí que consiguió recoger en una de sus obras las tres preguntas que el pensador escéptico realizaba. Cómo son las cosas por naturaleza, qué actitud debemos adoptar ante ellas y qué sacamos de tomar esta actitud.

Con posterioridad, al escepticismo le seguirían otra serie de pensadores, como Timón de Fliunte, Enesidemo, Agripa o más recientemente David Hume, filósofo y economista del siglo XVIII, autor de obras tan relevantes como su Tratado sobre la naturaleza humana o Ensayos sobre moral y política.


Otras acepciones

Cotidianamente, el escéptico es aquella persona que no se cree todo lo que le cuentan. El escéptico necesita verlo y experimentarlo por el mismo para comprobar la veracidad de la afirmación recibida. Rechazando, consecuentemente, todo aquello que escapa de su compresión. Solamente se fía de sus sentidos.

En el campo científico, el escepticismo es sinónimo de empirismo, y es una característica más de la investigación científica, ya que sin ello las investigaciones podrían carecer de rigor y veracidad.


EL EPICUREÍSMO La filosofía como medicina para el alma

tomado de: https://www.filco.es/epicureismo/




Epicuro, fundador de la escuela, pone como objetivo de la vida del ser humano el placer, liberándose de los miedos a los dioses, a la muerte y al destino, porque con esos miedos no se puede disfrutar de la vida.

Para el epicureísmo, placer y felicidad van unidos de la mano, una filosofía que se convierte en una herramienta perfecta para curar el alma. Epicuro, su fundador, apuesta por la búsqueda de los placeres espirituales y la ausencia de los temores para poder disfrutar de la vida: un hedonismo que consigue la liberación de los miedos que nos esclavizan.

¿Qué es?

El epicureísmo es una escuela helenística que surgió en Atenas hacia finales del siglo IV a. C. Se inscribe en el contexto de una serie de movimientos caracterizados por el interés acerca de los problemas morales que afectan a todos los hombres. Los epicúreos tratan de encontrar nuevas propuestas ante la contingencia de la vida humana y el sufrimiento que ella conlleva. Junto con el cinismo, el estoicismo y el escepticismo, el epicureísmo es la primera de las grandes escuelas que representa el paso de la época clásica a la época helenística.

¿Cuáles son su origen y sus principales exponentes?

Epicuro, fundador de la escuela, pone como objetivo de la vida del ser humano el placer, procurando, para conseguirlo, liberarse del miedo a los dioses, del miedo a la muerte y del miedo al destino, porque con esos miedos no se puede disfrutar de la vida. Desde un planteamiento totalmente materialista, Epicuro afirma que a los dioses no hay que tenerles miedo, y toda idea de más allá solo es una impostura, porque los dioses son ajenos a los asuntos humanos. A la muerte no hay que tenerle miedo porque, mientras somos, la muerte no está presente, y cuando llega la muerte, nosotros ya no somos. Y, finalmente, tampoco hay que tenerle miedo al destino, porque los átomos que forman el universo se mueven de forma imprevisible, lo que posibilita la libertad del hombre y le hace dueño de su destino. Para el epicureísmo ser sabio es ser capaz de “reírse de la Fortuna”. Destacan, como seguidores de Epicuro, Horacio, Virgilio y Lucrecio en el periodo romano, o Lorenzo Valla y Pedro Gassendi durante el Renacimiento.

Para Epicuro, no hay que temer a la muerte porque, mientras somos, la muerte no está presente, y cuando llega la muerte, nosotros ya no somos

¿Cuál es su papel en la historia del pensamiento?

La filosofía entendida como “medicina del alma”, una suerte de hedonismo que consigue la liberación de los miedos que nos esclavizan o la amistad considerada como el mejor placer de todos (así lo enseñaba Epicuro a los amigos en su Jardín) atraviesan la historia del pensamiento y actualizan el epicureísmo sobre todo en épocas de crisis, esos periodos a los que Bertolt Brecht se refería como aquellos en los que “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de llegar”. El epicureísmo enlaza con los movimientos utópicos y vitalistas, con la pregunta por el sentido de la vida y de la vida como sentido. Cabe recordar que la tesis doctoral de Marx se presentó bajo el título Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro.


Para los Epicureos habían tres clases de placeres, siendo estos las causas de angustia y sufrimiento cuando no eran satisfechos o bien cuando el ser humano los suplía de una manera desbordada






LOS ESTOICOS


Si hay una filosofía que ha conseguido encandilar a personas de toda condición y época esa es el estoicismo. Esta rama del pensamiento, cuya fundación debemos a Zenón de Citio, se mantendría en primera fila de la cultura filosófica durante nada menos que medio milenio (del siglo III a. C. al siglo II d. C.) y mantendría una influencia a través de los siguientes siglos como pocas veces ha visto la historia. Vamos a hacer aquí un repaso a sus características más sobresalientes que quizá expliquen el porqué de semejante éxito.

Una filosofía, dos nombres propios:

Como hemos dicho, el fundador del estoicismo fue Zenón de Citio, un discípulo de Crates de Tebas que desarrolló su pensamiento a partir de las tesis cínicas de su maestro (de ahí la clara sintonía entre ambas filosofías en varios aspectos).

Sin embargo, quien convirtió al estoicismo en una doctrina de relevancia fue Crisipo de Solos, quien dirigió la Stoa (la escuela estoica, ubicada en el pórtico pintado de Atenas) desde el 232 a. C. al 204 a. C. Gracias a su enorme talento dialéctico y a su gigantesca producción -nada menos que unas 700 obras, de las que tristemente solo nos han llegado fragmentos-, Crisipo consiguió no solo que el estoicismo fuera una filosofía de gran relevancia, sino que la Stoa llegase a superar a la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles.

Si bien hubo otros filósofos de renombre en esta escuela -como Cleantes, Panecio, Posidonio y su más famoso discípulo, Cicerón- tendríamos que esperar al Imperio Romano para que llegara la nueva remesa de filósofos de enorme fama, con Séneca, Epicteto y el emperador filósofo Marco Aurelio.

EL HOMBRE Y SU MORAL, PREOCUPACIÓN PRINCIPAL

El centro del estudio de los estoicos es muy claro: el ser humano. Toda su filosofía está destinada al hombre, y más concreta mente, a su moral. Lógica, física y ética se presentan al servicio de la persona con un objetivo que nunca parece perder el rumbo: enseñarnos a vivir de acuerdo a nuestra naturaleza.

os estoicos admiten dos principios: la materia y la razón. Pero esta última, en realidad, no es algo separado, sino que podemos encontrarla en todas partes. Razón y Dios se identifican, según los estoicos, porque Dios es el rector del mundo y, al mismo tiempo, su sustancia. Es por este motivo que podemos decir que la naturaleza del mundo es racional.

Todo está ligado por una ley natural, una razón universal, por decirlo de alguna manera. Una unión que integra también al ser humano, conectándolo con el mundo, puesto que él es también un ser racional. Todo este entramado forma una cadena inexorable de relaciones, causas y efectos ya establecidos, que es lo que entendemos como destino. Los estoicos son, por tanto, deterministas. Creen que los sucesos del mundo está preestablecidos y nosotros poco podemos hacer para cambiarlos.

Autarquía: autosuficiencia para ser feliz

Como los cínicos, los estoicos consideran que el ideal del sabio es conseguir no necesitar nada ni a nadie para alcanzar la felicidad en la vida. ¿Y cómo se alcanza esa felicidad? Viviendo conforme a nuestra naturaleza racional, es decir, viviendo virtuosamente.

Puesto que el sabio vive en comunión con el universo y este está perfectamente determinado, el ideal estoico es el que nos transmitió Epicteto: soporta y renuncia. Soporta, porque tu destino va a ser el mismo te guste o no. Es un plan establecido por la divinidad del que no puedes escapar, así que no tenemos más elección que seguirlo dócilmente o dejar que nos arrastre. Y renuncia, porque siempre nos será más fácil alcanzar la paz, y con ella la ansiada felicidad, si no estamos dominados por nuestros deseos y apetitos. Si tenemos pocas necesidades y sabemos controlar nuestras emociones, vivir felizmente será muy sencillo, de ahí la importancia de seguir ambas reglas.

Todo interior, nada exterior

«Diálogos», Lucio Anneo Séneca (Tecnos).

El punto de partida de la ética estoica es que la verdadera felicidad depende únicamente de nosotros mismos. Estas ideas son las que convierten al estoico en un personaje inexpugnable. Nada de lo que hay en el exterior le importa, puesto que todo su esfuerzo está en alcanzar la virtud, en lo que de él depende, en lo que nadie puede arrebatarle… en su interior. Esa es la clave de su fortaleza.

Por mal que le vayan las cosas, el estoico nada teme, pues ha alcanzado la ataraxia, la imperturbabilidad de ánimo. Este concepto es su objetivo final, de la misma manera que el budista persigue alcanzar la iluminación. De este modo el estoico logra vivir en completa paz conforme a su naturaleza. Ante un hombre que acepta su destino y solo se preocupa por vivir de manera virtuosa, ni las emociones, ni el placer, ni el dolor o las riquezas tienen poder. Centrándose en su vida interior, el estoico se posiciona por encima de las cosas materiales y se hace completamente independiente.

Una teoría sensualista

La teoría del conocimiento de los estoicos parte, como la de Aristóteles, los empiristas o los positivistas, de la experiencia sensible. Es decir, de los sentidos. Para los estoicos se trata de un proceso que pasa por diferentes etapas. En primer lugar, lo que nos llega por los sentidos deja una representación (una impresión, dice Zenón) en nuestra razón, que, como ya hemos dicho, es la parte de «divinidad» que poseemos y que nos conecta con la racionalidad de la naturaleza. Sin embargo, esas representaciones no son aún conocimiento. Si aceptáramos sin más eso como una muestra de la realidad, no estaríamos ante un conocimiento, sino ante una opinión. Para que se convierta en conocimiento, esa representación debe poseer una evidencia que invite a la inteligencia a aceptarla. Ese consentimiento debe darlo el hegemonikon, el Yo. El conocimiento llega cuando los datos que nos ofrecen los sentidos pasan por el tamiz de la racionalidad.

Los estoicos, a diferencia de los cínicos, no despreciaban a sus semejantes ni a la sociedad. Para el cínico, todos aquellos que vivían erróneamente no eran más que unos mentecatos, que merecían ser insultados y ridiculizados por su estupidez. Un artífice de ello fue Diógenes, célebre por sus rifirrafes con sujetos de todo pelaje. Sin embargo, la crítica ácida del cínico no trataba de corregir o servir de ejemplo a sus semejantes, sino que se contentaba con menospreciarlos.

Los estoicos, por su parte, tienen esa visión crítica, pero no comparten la forma. De hecho, para ellos la idea de comunidad es sumamente importante. Ahora bien, fieles a su pensamiento y su idea de que el mundo está unido por el fino hilo de la racionalidad, se consideraban ciudadanos del mundo. No creían en ser de aquí o allá por motivos de nacimiento o cultura. Ellos eran de la razón y la virtud, dondequiera que estas reinaran.

La filosofía es controvertida, es una forma de protesta, de cuestionar lo que se da por sentado y ver las grietas que existen en lo comúnmente aceptado o establecido. Si alguien ejerció ese tipo de filosofía, sin duda, fue él: Diógenes el cínico.

El significado de la palabra «cínico» ha variado a lo largo de los siglos. En la actualidad, el significado del concepto tiene que ver con la desconfianza en la bondad y honestidad de la personas, de alguien que lo expresa a través de la ironía, de la burla o el humor. La escuela filosófica de los cínicos no está del todo representada en este significado, pero tampoco tan alejada del mismo.

Algunos hablan de una corriente más que de una escuela, porque las escuelas, en la Antigua Grecia, eran grupos bien definidos que se reunían en un sitio, muy ceremoniosamente, al amparo de una autoridad o un maestro que enseñaba la doctrina. Había una formalidad en esos grupos y los cínicos eran cualquier cosa menos serios o formales. Se caracterizaban, de hecho, por desafiar las formas.

El fundador fue un discípulo de Sócrates llamado Antístenes, que vivió en el siglo IV a. C. Fue uno de los que estuvieron presentes en los últimos momentos de la vida de Sócrates, cuando este se reunió con los más cercanos y mantuvo su conversación sobre la inmortalidad del alma, que luego Platón contaría en su diálogo Fedón.

Antístenes quedó muy impactado por esa imperturbabilidad de Sócrates frente a la muerte. Está claro que él no quería morirse, pero estaba dispuesto a hacerlo por sus ideas sin resistirse. Tras presenciar aquello, Antístenes decidió dedicar su vida a fomentar esa autarquía, esa capacidad de autogobierno de uno mismo que había intuido, a dejar de preocuparse por cuestiones que no merecen atención, porque no son importantes, sino superficiales, fútiles.

Empezó a extender sus ideas y a reunirse en un gimnasio en las afueras de Atenas. El lugar es simbólico porque estos filósofos se situaban también en los márgenes o en las afueras, desafiando las convenciones, los usos, todo lo que fuera políticamente correcto, eso que se hace y se deja de hacer por costumbre. Allí, en un lugar llamado Cinosargo, surgió el movimiento cínico. Cinosargo quiere decir «perro blanco o veloz», en griego, y de hecho los cínicos eran los filósofos perros. Adaptaron esa imagen y algo más: lo tomaron como un símbolo para su filosofía y su forma de vida. Para ellos era lo mismo.

Pero el gran filósofo cínico no fue el fundador, sino Diógenes de Sínope, que era su ciudad, de la que fue expulsado, junto a su padre, por falsificar monedas. Diógenes acabó en Atenas y conoció a Antístenes, que al principio no le hizo mucho caso, pero Diógenes insistió… Al final, acabó siendo el gran filósofo cínico, más conocido que el fundador.


Filosofía de perros y ratones

Diógenes vivía en una bañera, era su única propiedad, junto con un manto andrajoso, un morral y un bastón. Este último tenía algo de simbólico; medía el espacio propio, la distancia que necesitamos respecto de los otros para seguir siendo libres. La libertad era la gran obsesión de los cínicos. Ellos fueron los grandes filósofos de la libertad. Decían que la felicidad pasaba por la libertad y que los seres humanos tenemos todo lo que necesitamos para poder ser felices; si no lo somos es por causa de nuestra estupidez. Porque nos cegamos con las cosas y los bienes materiales de los que ellos reniegan: dicen que estos solo generan necesidades y que nos quitan la libertad.

Los cínicos defendían que la felicidad pasaba por la libertad y que los seres humanos tenemos todo lo que necesitamos para poder ser felices

Porque ¿qué necesita un ratón para ser feliz? Diógenes se empezó a hacer preguntas de este tipo cuando vio a uno que entraba y salía de su cuevita, sin preocuparse por nada, contentándose con unas migajas… Y llevando una vida sabia que a Diógenes le dio qué pensar y le inspiró: dijo que él se había hecho filósofo gracias a un ratón.

Pero al animal que adopta la corriente cínica como símbolo es al perro. Lo admira por su frugalidad y simplicidad. Diógenes se identificaba totalmente y decía: «Soy como un perro porque muerdo al enemigo». Ese enemigo lo entendía como Nietzsche en la frase: «Que tu amigo también sea tu peor enemigo». El enemigo es ese otro al que muerdo diciéndole algunas verdades incómodas o burlándome de él con el objetivo de despertar su conciencia. Cuando a Diógenes le vienen a buscar porque quieren rendir homenaje a un filósofo muy importante, él responde: «¿Para qué van a homenajear a alguien que nunca puso triste a nadie?». Es en la tristeza, en la incomodidad o la molestia donde te das cuenta de cosas que igual no estás haciendo tan bien y, al hacerte consciente, es cuando puedes cambiar.


Los cínicos adoptaron la figura del perro como símbolo: frugal, libre, simple y capaz de tirarle un bocado a quien sea con tal de despertar su conciencia

Anecdotario filosófico

Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, de Diogenes Laercio (Alianza).

Los cínicos no escribieron o escribieron muy poco. Sí tenemos los relatos que sobre ellos escribe Diógenes Laercio, que es un historiador de la filosofía. Al final, lo que nos llegan son anécdotas como la mencionada. Ellos andaban libres, sueltos por la polis generando escándalos, provocando… Recurrían a la ironía como Sócrates, pero de una forma mucho más controvertida. Platón decía que Diógenes era Sócrates enloquecido. El mismo Sócrates decía ser el tábano de Atenas, pero a la hora de provocar era más moderado. La moderación no va con los cínicos. Diógenes ofrece una explicación: decía que él era como un director de coro, «toco las notas altas para que otros toquen las notas justas». Pertenece –y Nietzsche creo que se inspiró en esto– a los filósofos que rompen, que tienen voluntad de impactar, porque a través de esa violencia provocan una conmoción en el otro. Eso precisamente es lo que buscan.


Una de las anécdotas más conocidas es la que cuenta que estaba Diógenes al final de su vida en Corinto y Alejandro Magno fue a visitarlo porque lo quería conocer. Él era un filósofo muy respetado y admirado, de modo que no le hizo ninguna impresión ver aparecer a Alejandro Magno. Después de las presentaciones, el rey macedonio le muestra su generosidad y le dice que le pida lo que quiere, que él podrá dárselo, a lo que Diógenes responde: «¿Te podés correr, que me estás tapando el sol?». Quien quedó impresionado fue Alejandro Magno, que dijo: «Si no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes». Él vio la sabiduría en el filósofo, supo percibir la libertad y el poder que tenía sobre sí mismo: porque Alejandro podría tenerlo –y mucho– sobre los demás, pero Diógenes lo tenía sobre sí mismo, era maestro de autarquía. Eso fue lo que Alejandro admiró, quizá envidió.

Una cínica entre las primeras filósofas Los cínicos contaron entre sus filas a una de las primeras mujeres filósofas. Se trata de Hiparquia. Iba a las reuniones de filósofos, hablaba, escribía… A algunos no les gustaba y se burlaban de ella o le hacían reproches. Nos ha llegado el de Teodoro el ateo, que, al verla aplicada entre sus compañeros varones, le dice: «¿Tú no tenías que estar aprendiendo a tejer y dedicándote a las labores de mujeres?». Le responde una filósofa de quince años en el siglo IV a. C.: «Yo decidí dedicar mi tiempo a filosofar, no a las labores que dices». El filósofo respondió arrancándole el vestido, pero Hiparquia no se inmutó, dando una lección de imperturbabilidad y cinismo. Fue compañera de Crates, con quien compartió amor, vida y filosofía al modo libre de los pensadores perros.

Otra de sus anécdotas cuenta que, al ver pasar a unos sacerdotes que llevaban a un ladronzuelo, dijo: «Mira, tres grandes ladrones, llevando a un pequeño ladrón». Todo esto era muy controvertido e impactaba antes como lo hace hoy porque es tremendamente actual. Como cuando encontró un farol, que alguien había dejado junto a su bañera y pensó: «¿Qué hago yo con esto?» Y se dijo: «Ya sé». Lo prendió y salió a pasear a plena luz del día acercándose a los grupos que charlaban y diciendo: «Busco un hombre honesto». Eso es bien cínico, burlarse de la gente para mostrar el absurdo en ese adaptarse a las convenciones.

El legado cínico: Diógenes en tiempo de corrección

Los cínicos influyeron mucho en los estoicos. Sobre todo en lo que se refiere al cultivo de la imperturbabilidad: ese no conmoverte, no inquietarte ni preocuparte por cuestiones superfluas, ni por los bienes materiales ni por aquello que no puedes cambiar. Todo eso ya estaba en los cínicos.

En general, en los griegos, uno encuentra pensamientos, intuiciones e ideas que siguen siendo totalmente actuales, aunque hayan pasado 25 siglos, porque el ser humano también sigue siendo prácticamente el mismo. De modo que aquello que denunciaron los cínicos entonces sigue pasando y seguimos siendo esclavos de convenciones, de la corrección política. La corrección política es el nuevo autoritarismo y frente a ella se levanta la parresía que practicaban los cínicos. Ese andar buscando un hombre honesto, que diga su verdad, pero que, además de eso, que la piense y la exprese con su vida. Esa es la parresía.


La reivindicó Foucault, al final de su vida, en su último seminario dictado en el Collège de France entre febrero y marzo de 1984. Lo llamó El coraje de la verdad y se convirtió en su testamento filosófico, pues moriría meses después, en junio. Se lo dedicó a los cínicos y, como apunta el título, es una reivindicación del coraje de decir la verdad, el escándalo que supone llevar una verdadera vida acorde con los propios pensamientos y palabras. Es maravilloso. El mundo necesita ese coraje de la verdad que practicaban los cínicos. Y necesitamos también una buena dosis de cínicos, de gente que se anime a decir lo que piensa libremente, sin miedo. Y hay que cultivar el cinismo liberador de uno, el que nos suelte las cadenas porque la libertad, antes que nada, es libertad hacia dentro. ¡Ay, si Diógenes viera y viviera este imperio limitante, arbitrario de la corrección…!




 
 
 

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