GUÍA 8 NOVENOS LA IGLESIA COMO EPICENTRO DEL PODER POLITICO Y RELIGIOSO EN LA EDAD MEDIA
- jairocas273
- 27 may 2021
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 15 jun 2021
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P ara nadie es un secreto el inmenso poder que ha tenido la iglesia, en lo religioso, lo político y lo económico. este fue un poder que se fue consolidando poco a poco desde el siglo V hasta el siglo XI; manteniéndose inquebrantable hasta bien entrado el siglo XX, no obstante que los lideres políticos hoy hagan visitas regulares al vaticano no es cuestión de fe, si no de intereses económicos, ya que los tentáculos de la iglesia abarcan la banca y algunas multinacionales, algo así como a Dios rogando y con el mundo negociando; en fin dice el emoji: "la hipocresía". En todo caso los invito a dar un recorrido por una breve historia de como se consolidó el poder eclesiástico, pasando de ser una religión perseguida y marginal durante el esplendor del imperio Romano a convertirse en la organización religiosa más poderosa del mundo en la alta edad media.
TOMADO DE: https://www.arteguias.com/iglesiaedadmedia.htm
La Edad Media es un periodo inabarcable por definición. Bajo el concepto "medieval" se cobijan más de los mil años de historia que comprenden el paso de la Antigüedad Tardía (313-800) a la Edad Moderna, cuyo arranque podemos fijar en el siglo XV. Como es de imaginar, el Medievo integra numerosos y trascendentes acontecimientos que contradicen la concepción de estos siglos como insignificantes y oscuros en contraposición al brillo renacentista.
En todos estos hitos de la Edad Media, la Iglesia tendrá un papel fundamental, ya sea la romana o su par oriental, es decir, el Imperio Romano de Oriente (mal llamado Imperio Bizantino o Bizancio a secas). La sociedad medieval se considera una proyección de la voluntad de Dios, por ello, resulta una tarea extremadamente ardua concebir la Edad Media sin la existencia de la Iglesia.
Los orígenes del Pontificado (ca. 67-ca.535)
Con independencia de las afirmaciones del origen del Papado que encuentran su fundamento en el texto de San Mateo en el que Cristo señala a Pedro como la piedra sobre la que construirá su Iglesia, históricamente, los primeros documentos que hablan de alguna forma de la primacía de los obispos de Roma nos lleva a finales del siglo I y, sobre todo, a finales del siglo II
San Pablo visita a San Pedro en la Ciudad Eterna, a la que había llegado en torno el año 56, en el que será el Primer Concilio de la Historia. De entre los sucesores próximos a San Pedro tras su martirio hacia el 67, es Clemente quien empieza a dar una prueba de la primacía de Roma cuando los cristianos de Corinto se dirigen a él para que se pronuncie sobre una disputa. Ya durante el siglo II, San Ignacio de Antioquía afirma la superioridad de la Urbs frente a las demás iglesias cristianas. En el año 296 se utilizará por primera vez la palabra Papa (derivada del griego pappa=padre), como referida al obispo Marcelino. El Edicto de Tesalónica, en el año 380, dictado por Teodosio, convierte al Cristianismo en la religión oficial del Estado.
La formación de la Europa cristiana
Entre los siglos II-VII se configurará el pensamiento, la sociedad, la cultura y la moral cristiana con los axiomas de los Padres de la Iglesia (Patrística). Entre las primeras herejías, cabe destacar los gnosticismos y el arrianismo, creencia que anulaba importantes aspectos de la divinidad y eternidad del Hijo y que asumirá el pueblo visigodo durante cierto tiempo hasta su definitiva conversión al Catolicismo Trinitario.
Ilustres personalidades, como los intelectuales y teólogos San Agustín o San Martín Dumio fijaron algunas líneas de actuación cara a las masas populares todavía dominadas por afinidades paganas. Parroquias de fundación episcopal e iglesias propias erigidas por los grandes propietarios se encargan de ir ejerciendo la labor pastoral.
El Edicto de Tolerancia dado en Milán por Constantino en el año 313 abre una nueva época para el Cristianismo y, en particular, para el Pontificado. La primacía romana es defendida ardorosamente por algunos de los pontífices más relevantes de los siglos V y IX, de entre los que destacan San Dámaso, San León I y Gelasio I. A este último se le atribuye la autoría de una carta que esclarece las relaciones que durante la Edad Media mantendrían el poder imperial y el pontifico mediante la teoría de las dos espadas: el Papa ostenta la espada espiritual frente a la temporal del emperador, estando llamadas a colaborar mutuamente por ser ambas de origen divino. Ya el emperador Valentiniano III, en 445, afirmó que el deber del emperador residía en la protección de la fe cristiana.
La desaparición del Imperio Romano de Occidente afectó profundamente al ejercicio del poder pontificio, que había conocido una gran expansión al amparo de los últimos emperadores. La fragmentación de Occidente bajo la influencia de distintos jefes bárbaros supuso la radical pérdida de autonomía de los papas, que fueron nombrados y depuestos al antojo del monarca ostrogodo de turno. Por si fuera poco, las relaciones políticas y eclesiásticas con Oriente se van complicando. En el Concilio de Calcedonia, 451, sin negar la primacía romana, se le da un gran reconocimiento al patriarca de Constantinopla.
Imagen del templo que ostentaba el epicentro del poder católico en el imperio romano de oriente en la ciudad de Constantinopla:

Con la colaboración de los poderes políticos, la Iglesia va anexionando las poblaciones de una Europa cuyo mapa se va diseñando a la par de su estructura diocesana y parroquial. La conversión de los reyes bárbaros al Cristianismo Católico -Recaredo, Clodoveo- conlleva el asentamiento y estabilización de dos nuevos reinos cristianos tan importante como el galo-franco y el hispano-visigodo. La vida social se liga a los sacramentos -el bautismo, por ejemplo, se empieza a convertir en una carta a la ciudadanía- y se van popularizando las vías de piedad.
El Papado y la dinastía carolingia
En el 739, el pontífice Gregorio III promueve las negociaciones para dar lugar a una alianza con Carlos Martel, un franco que une su suerte y la de sus descendientes al Pontificado durante más de un siglo cuando en el 732 derrote a los musulmanes en la Batalla de Poitiers. Esta victoria ha sido interpretada como el fin de la expansión islámica en Occidente.
Pipino, hijo de Carlos Martel, pacta una nueva coronación solemne con presencia pontificia que le legitime su ascenso al trono, a cambio de que los francos intervengan contra los lombardos, una amenaza que deja a Roma en tierra de nadie. La recuperación de los Estados Pontificios, que abarcaban desde el sur de Venecia al puerto de Ancona, se encarna con la entrega de las llaves de los territorios reconquistados y su colocación sobre la tumba de San Pedro en 756.
León III, como otros papas que se erigen como mentores morales tras la caída de la autoridad imperial romana desde el 476, desempeña un importante papel en uno de los acontecimientos políticos más importante del Medievo en Occidente: la coronación imperial de Carlo Magno, hijo de Pipino, en la Navidad del 800.
El "Renacimiento Carolingio" supone el primer intento de unidad político-religiosa de la cristiandad occidental. La exaltación, rayando en la mitificación, de sus preocupaciones misionales y religiosas, sus virtudes personales y sus victorias guerreras, llega a ensombrecer la figura pontificia.
l siglo X recibirá el nombre de Siglo de Hierro debido a que será la época más negativa del Pontificado. El solio apostólico es ocupado por hombre de poca altura intelectual a pesar de la voluntad de Otón III (984-1002) de devolver a Roma el prestigio de tiempos ya remotos, deseo que se ve frustrado por su pronta muerte. Este declive durará hasta mediados del XI, cuando comiencen a producirse los primeros síntomas de voluntad reformadora.
La época de las Reformas
El fenómeno mediante el que el Pontificado alcanza su plenitud en el siglo XII es conocido como "Reforma Gregoriana", ya que se identifica con la figura del gran papa Gregorio VII, un antiguo monje cluniacense, si bien se vio propiciada por monjes precedentes. Será este quien establezca un programa reformador -el Dictatus Papae- que se centra en la supremacía del poder espiritual frente al temporal. Durante su gobierno en el último tercio del siglo XI, la vida eclesiástica experimentó un profundo saneamiento.
La Proclama de la Primera Cruzada en el Concilio de Clermont Ferrand por Urbano II en 1095, evidencia que el Papa había alcanzado un poder de convocatoria inaudito hasta entonces que hace que acudan a su llamada príncipes y barones de todas las procedencias para participar en la recuperación de los Santos Lugares. Este mismo ardor es el que mueve a los impulsores de la Reconquista, cuya aspiración es la de toda la Cristiandad. En el siglo XI, la mayor parte de Europa continental era católica: desde Rusia occidental y Bulgaria hasta España, norte de la movediza frontera islámica.
La Iglesia medieval en una nueva sociedad urbana
El siglo XIII amanece con tres cambios importantes en la actividad de la Iglesia y su relación con la sociedad. Por un lado, tenemos el auge de la Escolástica (nacida y desarrollada ya entre los siglos XI y XII), que con sus grandes figuras -Santo Tomás de Aquino o su tutor San Alberto Magno- se configura como la más sobresaliente expresión del impulso cultural de Europa, así como la recuperación del caudal cultural de la Antigüedad.
El segundo factor de cambio de finales del siglo XII y sobre todo el XIII es el aumento demográfico y el auge de las ciudades. Si la sociedad rural de los siglos precedentes tuvo en los monasterios y en el clero regular su principal factor vivificador, la sociedad urbana bajomedieval va a conferir mayor influencia al clero secular, especialmente a los obispos de las diócesis urbanas.
Fruto del nuevo desarrollo urbano citado, va a surgir la necesidad de nuevas congregaciones religiosas que vuelquen sus trabajos de enseñanza, catequesis espiritual y también de atenciones humanas y materiales a las gentes humildes de las ciudades. En este contexto nacen las dos órdenes mendicantes: los dominicos de Santo Domingo de Guzmán y los franciscanos de San Francisco de Asís.
La pugna de los poderes
A lo largo del Medievo, los enfrentamientos entre el poder temporal y el espiritual adquirirán una gran virulencia. En principio será la Guerra de las Investiduras (1073 y 1122) la que opondrá a soberanos alemanes como Enrique IV y papas de la talla de Gregorio VII. El conflicto pasaría por múltiples episodios de los más impactantes, como la excomunión del emperador, la invasión de Italia, el nombramiento de un antipapa de designación imperial y la consiguiente huida de Gregorio VII al sur de la península. La solución llegará con el Concordato de Worms en 1122, por el que se estable la distinción entre investidura espiritual y temporal para los obispos alemanes.
En 1152, accede al trono imperial Federico I Barbarroja. El choque con Alejandro III, debido a sus aspiraciones subyugadoras del poder papal, no se hacen esperar. Con la ayuda de las ciudades que habían formado la Liga Lombarda, el Papado vence al soberano en la batalla de Legnano (1176).
Fue Inocencio III (1198-1216) quien consiguió que la autoridad pontificia fuera incuestionable. La deposición de Raimundo VI de Tolouse, protector de los herejes cátaros, o la rectificación del monarca inglés Juan Sin Tierra, que se reconoció como vasallo de Roma, dan muestra de la apoteosis de la teocracia pontificia que se había conseguido. En el 1215 se celebra el IV Concilio de Letrán, hito que se convierte en una referencia clave a la hora de establecer una solución canónica a problemas de la más variada índole.
El siglo XIII será la guerra abierta entre güelfos -partidarios de la preeminencia Papal- y gibelinos -defensores del Emperador-. Las luchas de Federico II de Alemania con una serie de papas marcaron el punto álgido de las hostilidades entre los dos poderes. Este choque llega a su punto álgido cuando se se produzca contra las monarquías emergentes, como ocurrió con Bonifacio VIII y el rey Felipe IV de Francia.
como resultado de esto, el más dramático del la estabilidad papal ocurre en 1300: el desplazamiento de la sede pontificia de Roma a Aviñón -y la consiguiente supeditación de Clemente V al rey- durante buena parte del siglo XIV.
La solución a esta anómala situación llegó desde el seno de la propia Iglesia medieva de la mano de Santa Catalina de Siena que logró una decisión histórica y muy conveniente para la fe de los creyentes y para la paz de las naciones europeas del momento: la del papa Gregorio XI de abandonar Avignón y regresar a Roma en el año de 1377.
(Autores del texto del artículo/colaboradora de ARTEGUIAS: Mireia García Sanz y David de la Garma)
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